Y llamándolos junto a sí, Jesús les dijo*: Sabéis que los que son reconocidos como gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que sus grandes ejercen autoridad sobre ellos. Pero entre vosotros no es así, sino que cualquiera de vosotros que desee llegar a ser grande será vuestro servidor, y cualquiera de vosotros que desee ser el primero será siervo de todos. Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. (Marcos 10:42-45 BA)

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Sobre la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre en el asunto de la fe

Se puede ver en la historia de la Iglesia que les ha resultado difícil a los cristianos mantener el equilibrio entre estas dos cosas. Por un lado ha habido teólogos, como Zwinglio por ejemplo, que sobre-enfatizaron la soberanía de Dios. Zwinglio afirmó que, ya que el hombre era salvo por la elección soberana y por la gracia de Dios, era posible también ser salvo sin haber creído en Jesucristo. [c1]

Por otro lado, ha habido teólogos que sobre-enfatiza­ron la responsabilidad del hombre, aunque sin negar por completo la gracia de Dios. Así la iglesia católica-romana, los arminianos y los wesleyanos introdujeron el concepto de que el hombre puede resistir la gracia divina, especial­mente la llamada "gracia preveniente". Debemos examinar brevemente estos conceptos a la luz de la Biblia.

El concepto de Zwinglio de que los elegidos pueden ser salvos aun sin tener fe, parece ir en contra del texto en Efesios 2:8 "por gracia sois salvos, por medio de la fe..." Allí nos da a entender que la gracia sí es la causa de nues­tra salvación, pero que la fe es el medio por el cual obra la gracia. Esto se confirma por lo que leemos en Efesios 1:19 "nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza..." Con base en tales textos bíblicos parece incorrecto hacer una distinción entre elección y fe. Estas dos cosas van unidas.

Es propio observar, con relación a este punto, que no se debe exagerar la parte de la fe en la salvación. La causa eficaz de nuestra salvación es la cruz de Cristo. Somos salvos por Cristo:
  • En él fuimos predestinados (Efesios 1:4, 5),
  • por medio de él somos adoptados hijos de Dios (Efesios 1:5),
  • en él tenemos redención, por su sangre, el perdón de pecados (Efesios 1:7).
Un énfasis exagerado en la fe como la "condición" de nuestra sal­vación nos pone en el peligro de mirar la fe como una obra necesaria. El fundamento de la salvación no es la fe sino Cristo mismo, quien dijo "nadie viene al Padre, sino por mí" (Juan 14:6). Fuera de Cristo no hay sal­vación.

En cuanto a la fe, es posible afirmar, por vía nega­tiva, que los que rehúsan creer en Cristo, definitivamen­te están condenados: "el que no cree, ya ha sido conde­nado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios" (Juan 3:18).

El concepto de la "gracia preveniente" que encon­tramos en la iglesia católica-romana,[c2] en Jacobo Armi­nio[c3] y en Juan Wesley[c4] afirma que el hombre se sal­va por la gracia de Dios, pero que esta gracia, que co­mienza, promueve y acaba la obra de la salvación, puede ser resistida por el hombre. El término "gracia preve­niente" tiene diferentes significados, de acuerdo al teó­logo que lo utilice.

En el debate entre Agustín y Pelagio, parece que ambos utilizaban el término. Para Agustín significaba la gracia salvadora que obra en el hombre aun antes de su regeneración, para hacer que quiera ser salvo.[c5] Parece que para Pelagio esta gracia preveniente era práctica­mente lo mismo que el libre albedrío,[c6] que Dios había dado a todos los hombres y por medio del cual puede el hombre obedecer la voluntad de Dios.

Tanto el Concilio de Trento como Jacobo Arminio se identifican más con Agustín, pero afirman que esta gracia no es irresistible. Es posible para el hombre ir en contra de esta gracia. El hombre se salva cuando permite que la gracia opere en él. Juan Wesley habla de la gracia en términos semejan­tes, diciendo también que la salvación se debe a la gracia de Dios, pero que el hombre puede resistir esta gracia. Al mismo tiempo identifica la gracia preveniente o "preven­tiva" con la conciencia del hombre. De allí se ha dado el concepto de que la gracia de Dios obra de igual manera sobre todos los hombres, pero son apenas los que no resis­ten a la gracia, los que se salvan. También se ha identifica­do la gracia con una capacidad de parte del hombre para responder en forma positiva o negativa al Evangelio.

Tanto para Arminio como para Wesley, este argumen­to era importante para salvaguardar el libre albedrío y la justicia de Dios. Si la gracia de Dios opera en el hombre en una forma irresistible, entonces el hombre se salva" a la fuerza". Si el hombre se salva así "a la fuerza", en­tonces los que no se salvan no pueden ser culpables por su perdición, ya que no les era siquiera posible salvarse.

Los textos que ya hemos estudiado (por ejemplo Efesios 1:19; 2:8, 9; Filipenses 1:29; 2:12, 13) parecen indicar que nuestra salvación se debe directamente a la gracia de Dios. Si decimos que nuestra salvación se reali­za apenas cuando no resistimos a la gracia de Dios, esta­mos otra vez diciendo que la responsabilidad por nues­tra salvación, en última instancia, es nuestra, aunque en forma negativa. La diferencia entre el que se salva y el que no se salva no es la gracia de Dios, sino la acción del hombre mismo.

Los wesleyanos y arminianos dirían que se trata apenas de un elemento muy pequeño en la salvación. El 'no resistir' del hombre que se salva es muy insigni­ficante en comparación con la obra de la gracia en él. Sin embargo, este 'no resistir' del hombre, ya cobra más importancia cuando nos damos cuenta que allí está toda la diferencia entre salvación y perdición. Además, los arminianos y wesleyanos afirman que es posible para el hombre perder la salvación. Esto quiere decir que el 'no resistir' es una acción que debe ser permanente en la vida del hombre, una acción que en todo momen­to implica vida o perdición para el hombre. Ya no resulta ser un elemento tan 'pequeño'.

Tal vez exageramos el asunto, pero queremos enfatizar que el factor decisivo en la salvación llega a ser la acción, y la actitud del hombre. La diferencia entre el que se salva y el que se pierde, no es la gracia de Dios, sino la acción del hombre. Parece difícil reconciliar esto con nuestro texto en Efesios 2:8, 9.

Tanto en el argumento de Arminio como en el ar­gumento de Wesley, el libre albedrío juega un papel importante. Este concepto del libre albedrío es un con­cepto que no encontramos en la Biblia. Allá vemos que la libertad es más bien el resultado de la salvación (Juan 8:32, 36) en vez de pertenecer a la condición natural del hombre caído. Lo que sí vemos en la Biblia (y es de allí que tanto Arminio como Wesley deducen el libre albedrío) es que el hombre es responsable. Es cierto que el hombre frente a las demandas de su conciencia, frente a los mandamientos de la ley de Dios y frente a la invitación del Evangelio, es responsable. Lo que no es evidente es que todo hombre puede responder en forma positiva o negativa a la invitación del Evangelio y que tal respuesta depende del libre albedrío del hom­bre.

Una vez más afirmamos la imposibilidad de reconci­liar los diferentes conceptos bíblicos en un sistema lógico.

  • Por un lado hemos visto claramente que la salvación es por gracia, que Dios por su Espíritu le da fe al hombre y que la salvación no se debe en ninguna parte al hombre mismo. 
  • Por otro lado, se le manda al hombre arrepentirse y creer en el Evangelio, se deja muy en claro que si el hombre se pierde es por no haber creído el Evangelio. 

Hemos de afirmar ambas cosas, por más que parecen irreconciliables, porque si negamos la primera parte (la gracia irre­sistible) la salvación llega a ser condicional, y si negárnos­la segunda parte (la responsabilidad del hombre) Dios llega a ser la causa de la perdición de los que no aceptan el Evangelio.

Debemos observar también el peligro contra el cual advierten Arminio y Wesley. Para ellos la doctrina de la gracia irresistible lleva inevitablemente, sea a la compla­cencia, sea al desespero. 

  • Algunos dirán que no se van a preocupar por la salvación, porque, si es la voluntad de Dios salvarlos, los va a salvar de todos modos. 
  • Otros dirán que sus dudas y problemas indican que Dios no está obrando en ellos por su gracia y se desesperan por no estar entre los elegidos de Dios.

Ya hemos observado antes que el hombre no puede ni debe tratar de adivinar lo que Dios ha determinado por su voluntad. En ninguna parte de la Biblia nos invita a fun­damentar nuestra acción en la voluntad secreta de Dios. La Biblia nos manda hacer las cosas, porque tenemos una responsabilidad ante Dios. Y al hacer lo que Dios nos manda hacer, tenemos la consolación de que nuestro éxito no depende de los esfuerzos nuestros sino de Dios quien obra "todas las cosas según el designio de su voluntad" (Efesios 1:11).

En Filipenses 2:12, 13 vemos una exhortación de Pablo a los filipenses para esforzarse "con temor y tem­blor" en cuanto a su salvación. Es evidente que apela a la misma responsabilidad a los esfuerzos propios de ellos. Sin embargo, apoya esta exhortación con la afirmación de que es Dios quien produce en ellos tanto el querer como el hacer. Los detractores de esta doctrina quieren decir exactamente lo contrario: "No os preocupéis de vuestra salvación, porque Dios es el que produce en voso­tros así el querer como el hacer, por su buena voluntad". Admitimos que esto suena mucho más lógico, pero no es lo que Pablo dice.

En cuanto al peligro de desespero, podemos citar la observación de Lutero en su comentario en Romanos[c7] donde dice que la misma ansiedad de la persona debe serle causa de confianza para con Dios, por la promesa en Salmo 51:17 "Los sacrificios de Dios son el espíritu quebran­tado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios". La misma ansiedad es un indicio de la ope­ración del Espíritu. El hombre natural, en el camino para el infierno, no se preocupa por la predestinación de Dios.


NOTAS:

[c1]  Ulrico Zwinglio Del Pecado Original citado en W.P. Stephen The Theology oí Huldrych Zwing/i (Oxford, Clarendon, 1986) pág. 99.
[c2]  Concilio de Trento, Decreto de la Justificación, Cap. V en H.J. Schroeder The Canons and Decrees of the Council of Trent (Rockford, Tan, 1978) págs. 31, 32. R. Seeberg, Manual de Historia de las Doctrinas (El Paso, Casa Bautista de Publicaciones, 1965). Tomo 11 pág. 421.
[c3]  J. Nichols y W.R. Bagnall (eds). The Writings of James Arminius  (Grand Rapids, Baker, 1977) Tomo II págs. 472, 473.
[c4]  Juan Wesley, The Scripture Way of Salvation, I. 2 en A.C. Outler, ob. cit. pág. 273. También en Juan Wesley Predestination Cap. 79ss. en A.C. Ouller, ob. cit. págs. 468ss.
[c5]  Agustín, Enchiridion, Cap. 32 en P. Schaff (ed). The Nicene and Post-Nicene Fathers (Grand Rapids, Eerdmans, 1978) First Series, Tomo III pág. 248.
[c6]  Agustín, De Gestis Pelagii, Cap. 22 en P. Schaff. Ob. Cit. Tomo V págs. 192, 193.
[c7]  Martín Lutero, Comentario en Romanos, Romanos 8:28-39, III en W, Pauck (ed). Luther: Lectures on Romans (Philadelphia, Westminster Press, 1961) págs. 254,255.


Donner, Theo. La soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre. SBC, 1987.

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