Y llamándolos junto a sí, Jesús les dijo*: Sabéis que los que son reconocidos como gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que sus grandes ejercen autoridad sobre ellos. Pero entre vosotros no es así, sino que cualquiera de vosotros que desee llegar a ser grande será vuestro servidor, y cualquiera de vosotros que desee ser el primero será siervo de todos. Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. (Marcos 10:42-45 BA)

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La matanza de San Bartolomé - 1572


24 de agosto de 1572. Han pasado más de cuatro siglos; para ser más exactos 439 años, desde esa fatídica noche. La matanza de san Bartolomé marca el epítome de ese terrible periodo conocido como las guerras de religión, que devastaron a Europa entre los siglos XVI y XVII, durante el enfrentamiento entre católicos y protestantes. Sin duda que toda esa época está marcada por una lucha sin sentido, llena de actos vergonzosos tanto de católicos como de protestantes, pero aún dentro de este terrible escenario la matanza de San Bartolomé alcanzó un lugar preeminente, particularmente por lo masivo de las muertes y por el hecho de que la matanza fue ejecutada en tiempos de paz, cuando no había un estado de guerra oficial entre ambos bandos, producto de una conjura secreta de la monarquía y los nobles católicos franceses. 

La noche del 24 de agosto de 1572 se ejecutó un plan cuidadosamente maquinado para acabar con la vida de los principales líderes del movimiento hugonote reunidos en París con motivo de las fiestas de una boda real. Los hugonotes eran calvinistas francesas, esto es, protestantes, disidentes del catolicismo francés, que habían protagonizado ya tres cortas guerras contra el poder real durante los años 1560s para resistir el intento de obligarlos por la fuerza a renunciar a su religión e integrarse al catolicismo oficial imperante en Francia. El noble almirante Gaspar de Coligny era el principal líder de los hugonotes y fue el primero en ser asesinado. Pero París era una caldera que ya llevaba varios días a punto de estallar. La sangre de Coligny fue sólo la chispa que encendió la sed de muerte de una masa humana que se lanzó sobre las casas de todos los hugonotes: hombres, mujeres, ancianos y niños, todos fueron asesinados. La horrible escena se repitió en varias ciudades de Francia y se extendió incluso por varios meses, pues hasta octubre todavía continuaban los asesinatos en algunas regiones del reino. Como siempre ocurre en estos casos, es muy difícil intentar precisar hoy la cantidad de víctimas de esas semanas de orgía mortal. Los historiadores están muy divididos, desde quienes señalan que las muertes podrían rondar los 3.000, hasta quienes hablan de 70.000 o incluso 100.000. La verdad es que sólo Dios sabe cuántos perecieron en la matanza. 

La controversia no sólo ha girado en torno a la cifra total de muertos. La participación de los diferentes actores y responsables también ha sido objeto de una larga polémica. Uno de los protagonistas más conspicuos de estos hechos fue quien a la sazón era la cabeza del catolicismo europeo: Gregorio XIII (1572-1585). Ugo Buoncompagni, miembro de la aristocracia italiana – como casi todos los Papas de la época – iba a ser recordado sobre todo por emprender la reforma del calendario, conocido desde entonces como el calendario gregoriano. Pero los sucesos de la noche de San Bartolomé en París no le fueron ajenos, preocupado como estaba en la campaña internacional por detener el avance del Protestantismo y liderar la contra ofensiva católica que preconizaba el Concilio de Trento. ¿Le cupo participación a Gregorio XIII en la matanza propiamente tal? ¿Cuál fue su involucramiento y conocimiento de tales hechos? Lo que se sabe es que Gregorio XIII, tan pronto supo de la muerte de Coligny y los líderes hugonotes, ordenó una serie de actos para celebrar como un magno suceso la ejecución de los protestantes franceses. Así, celebró un solemne Te Deum en Roma para agradecer a Dios por las muertes de los herejes, acuñó una moneda conmemorativa de este gran evento, envió al rey Carlos IX de Francia una Rosa Dorada (lujosa obra de artesanía bañada en oro) y comisionó al pintor Giorgio Vasari que pintara tres frescos en la Sala Regia de los palacios papales escenificando la ejecución de Coligny y la muerte de los herejes. Tal como lo veía el Papa, la victoria de Lepanto sobre los turcos (el año anterior, 1571) y ahora la eliminación de los hugonotes eran magníficas noticias por las que había que dar públicas muestras de gratitud a Dios. 

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