Y llamándolos junto a sí, Jesús les dijo*: Sabéis que los que son reconocidos como gobernantes de los gentiles se enseñorean de ellos, y que sus grandes ejercen autoridad sobre ellos. Pero entre vosotros no es así, sino que cualquiera de vosotros que desee llegar a ser grande será vuestro servidor, y cualquiera de vosotros que desee ser el primero será siervo de todos. Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos. (Marcos 10:42-45 BA)

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La situación en Inglaterra alrededor de 1850 dC.

¿Será que la descripción que hace Ian Murray en su libro “Spurgeon: Un príncipe olvidado” sobre la situación de la iglesia en Inglaterra alrededor de 1850 tiene algún parecido con nuestra situación?:

“Es imposible llegar a calcular la importancia del significado de la vida de C. H. Spurgeon sin conocer algo de la situación religiosa del país en el momento en que comenzó su ministerio, a mediados del siglo pasado. El cristianismo protestante era más o menos la religión nacional, se observaba rigurosamente el domingo, se respetaban las Escrituras y, aparte de los miles no alcanzados en algunas de las grandes ciudades, era costumbre general asistir a la iglesia. Todas estas cosas se aceptaban de modo tan general, y estaban evidentemente tan arraigadas, que los cambios espirituales que desde entonces ha presenciado la nación eran tan remotos para aquellos victorianos como los automóviles y los aviones. Sin embargo, no es preciso observar por mucho tiempo el cristianismo que prevalecía en los años 1850 a 1860, para notar algunas señales difícilmente identificables con lo que hallamos en el Nuevo Testamento: era demasiado elegante, demasiado respetable, demasiado amigo del mundo. Era como si textos tales como “el mundo entero está bajo el maligno” ya no fueran correctos.

La Iglesia no carecía de riqueza, ni de hombres, ni de dignidad; pero sufría de una triste escasez de unción y poder. Había una tendencia general a olvidar la diferencia entre la erudición humana y la verdad revelada por el Espíritu de Dios. No escaseaban la elocuencia y la cultura en los púlpitos, pero había una notable ausencia del tipo de predicación que quebranta los corazones de los hombres.

Quizá la peor señal de todas era el hecho de que pocos tenían conciencia de estas cosas. La iglesia, era externamente lo suficientemente próspera para contentarse con seguir la rutina de años anteriores.

Un escritor contemporáneo lamentando este apático formalismo observaba: "El predicador habla durante el tiempo acostumbrado; la congregación se sienta, y escucha quizá con bastante paciencia; se canta el acostumbrado número de estrofas, y la actividad del día ha terminado; generalmente no suele ocurrir nada más. Nadie negará que esta es ni más ni menos, la descripción del actual estado de cosas en la mayoría de nuestras iglesias. Si el predicador deja caer el pañuelo sobre el salterio, o da un golpe algo más fuerte que de costumbre con su eclesiástico puño, se notará, se recordará, y se comentará, mientras se demuestra un olvido absoluto del tema y naturaleza de lo que se ha tratado".

Pronto atacaría Spurgeon este tradicionalismo muerto con palabras más directas: “¿Creéis que porque algo es antiguo, ha de ser venerable? Amáis las antigüedades. Quisierais que la carretera no fuese arreglada, por el solo hecho de que vuestro abuelo pasó en su carro por los surcos que allí se ven. «Que no lo toquen», decís: «que siga siendo un surco profundo». ¿Acaso vuestro abuelo no pasó por él estando aún enfangado? ¿Por qué no habéis de hacer lo mismo? Si era bueno para él, es bueno para vosotros. Siempre os habéis sentado cómodamente en la capilla. Nunca visteis un avivamiento, ni queréis verlo”.

Los sectores evangélicos de la Iglesia no habían escapado de las tendencias predominantes de la época. Se admiraba el recuerdo de Whitefield y Wesley, pero no se les seguía. El filo de la Verdad evangélica había perdido gradualmente su corte. Aquellas recias doctrinas metodistas que habían sacudido al país un siglo antes no habían sido abandonadas –y unos pocos las predicaban todavía con fervor-, pero la opinión general era que la época victoriana necesitaba una presentación más refinada del Evangelio. Con semejantes puntos de vista, era inevitable que la enérgica y definida Teología Reformada de la Inglaterra de los siglos XVI y XVII estuviera completamente desechada.

El historiador de la Reforma Merle d'Aubigné, de Ginebra, que visitó este país en 1845, dice que se vio obligado a preguntarse si el puritanismo "existe todavía en Inglaterra. Quizá habrá caído bajo la influencia de los acontecimientos nacionales, y la mofa de los novelistas. Acaso, en fin, será necesario volver al Siglo XVII para encontrarlo”. No obstante, es cierto que algunos de los líderes evangélicos del país, especialmente los menos jóvenes, estaban hondamente preocupados por la situación espiritual de las iglesias. John Angell James por ejemplo, que había pastoreado la famosa Iglesia Congregacional de Carr's Lane en Birmingham desde 1805, escribía en 1851: "El estado de la religión en nuestro país es bajo. No creo que haya predicado jamás con menos resultado para la salvación que ahora; y lo mismo le ocurre a la mayoría. Es una aflicción general."

Si estas cosas eran ciertas en cuanto al país en general, lo eran especialmente en Londres y la Capilla Bautista de New Park Street, situada en un sector “de penumbra y suciedad” junto a la orilla meridional del Támesis en Southwark, no era una excepción. La congregación tenía una admirable historia que se remontaba al siglo XVII, pero por aquel entonces se encontraba como las barcazas abandonadas en el cercano fango durante la marea baja. Durante años había estado en decadencia y el edificio grande y ornamentado, construido para una congregación de mil personas, estaba vacío en sus tres cuartas partes durante los cultos.

Esta fue la escena que acogió al joven de diecinueve años que vino de Essex para predicar por primera vez en el púlpito de New Park Street en la fría y triste mañana del 18 de Diciembre de 1853. Fue la primera vez que la voz de Spurgeon se oía en Londres, pero casi inmediatamente fue llamado a iniciar un Pastorado que había de continuar durante treinta y ocho años hasta su muerte, el 31 de enero de 1892.

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