Aunque 1569 y 1602 fueron años de regocijo, pues era la primera vez que se tenía la Biblia completa traducida al castellano, para Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera también significó la persecución. En aquellos tiempos, la traducción bíblica era algo peligroso.
Ambos monjes eran parte del monasterio de San Isidoro del Campo y compañeros de fe, pero su apego a la lectura e interpretación de la Biblia, los obligó a huir de España, donde se habían puesto precio a sus cabezas. La huída provocó que, tiempo después, sus esfinges fueran quemadas en la hoguera, así como todos sus escritos, entre ellos la traducción y revisión de las Sagradas Escrituras, que fueron incluidas en el llamado «Índice de los Libros Prohibidos».
En su angustioso periplo, ambos religiosos llegaron, por fin, a Ginebra, donde los esperaba otro escritor español y también perseguido, Juan Pérez de Pineda. Sin embargo, lo que Casiodoro vio en esta ciudad no le agradó, pues los creyentes refugiados pasaban por tribulaciones, además de la condena a muerte de Miguel Servet, y la rigidez religiosa.
Sin embargo, al cabo de un tiempo fue acusado, falsamente, por el rey español Felipe II, de graves faltas de carácter moral y teológico, así como de sodomía, difamación que, sin duda, buscaba menoscabar su influencia y creciente solidez espiritual.
De Inglaterra se trasladó a Amberes, donde vivió escondido en la casa de Marco Pérez. Durante los siguientes tres años anduvo errante entre Frankfurt y Heidelberg, el sur de Francia, Basilea y Estrasburgo. Debido a las falsas sindicaciones que le impidieron estar al frente de iglesia alguna, se dedicó al comercio de libros y sedas, pero sin descuidar la traducción de la Biblia.
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