Si hay algo que vemos claramente en las Escrituras es que Dios quiere que Su pueblo conozca y recuerde su historia. La mayor parte del AT la componen libros históricos. Y Dios instituyó algunas fiestas que los hijos de Israel debían celebrar cada año para recordar eventos específicos en los tratos de Dios para con ellos: la fiesta de la pascua, la de los tabernáculos, Pentecostés.
Más adelante, cuando los hijos de Israel cruzaron el Jordán hacia la tierra prometida, Dios ordenó a Josué que tomaran 12 piedras del lecho del río y levantaran un monumento con ellos. “Y cuando vuestros hijos preguntaren a sus padres mañana, diciendo: ¿Qué significan estas piedras? les responderéis: Que las aguas del Jordán fueron divididas delante del arca del pacto de Jehová… y estas piedras servirán de monumento conmemorativo a los hijos de Israel para siempre” (Jos. 4:6-7).
Este record histórico debía ser traspasado de una generación a la otra.
Y lo mismo vemos en el NT. Entre sus libros más extensos encontramos 4 Evangelios que narran la vida, pasión y resurrección del Señor Jesucristo; y el libro de los Hechos, que narra los primeros años de la Historia de la Iglesia, luego de la ascensión del Señor. Y al igual que en las celebraciones del AT, Cristo instituyó un memorial, la Santa Cena o partimiento del pan, para que Su iglesia recuerde frecuentemente el alto precio de su redención. E incluso se nos exhorta hacer memoria de aquellos que ya corrieron la carrera, para que nos sirva de estímulo en nuestro propio peregrinaje. Es de eso que se trata el capítulo 11 de Hebreos: un recuento histórico de las hazañas de hombres y mujeres comunes y corrientes que fueron impulsados a hacer cosas extraordinarias por medio de la fe.
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